Ultra-OK y depresación del planeta (ii)

Ultra-OK y depresación del planeta (ii)

Una de las características fundamentales de los derechos no autorizados en nuestro mundo actual es la influencia del poder económico, que va más allá de ser simplemente un mecanismo de acumulación de riqueza. Esto incluye también la lógica del capital, que se manifiesta en la acumulación de ganancias a expensas de factores esenciales como la sostenibilidad de la vida, el desarrollo inteligente y la preservación de la biosfera en su conjunto. Este fenómeno no solo se limita al ámbito económico, sino que también afecta de manera significativa la forma en que interactuamos con nuestro entorno natural.

Las naciones que conforman esta comunidad global, que deberían compartir un consenso sobre la importancia de proteger el planeta, su salud y su preservación, enfrentan una fragmentación alarmante. Esta situación es parte de un nuevo orden mundial que ha emergido, uno que parece inimaginable hasta hace poco tiempo. En la actualidad, se está imponiendo una especie de ley de la jungla, marcada por la existencia de potentes puntos neurálgicos que evidencian un nacionalismo exacerbado, dejando de lado la esencia misma del cuidado y la preservación del hogar que compartimos todos los seres humanos y el planeta.

Ya hemos documentado cifras alarmantes y frías que reflejan el aumento de la temperatura global y sus repercusiones devastadoras en fenómenos climáticos extremos. Sin embargo, estos datos parecen no resonar en la mente de quienes toman decisiones dentro de los gobiernos; incluso han optado por suscribir obligaciones internacionales que buscan reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros contaminantes, como lo estipula el Acuerdo de París, el cual fue ratificado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2024, conocida como COP29.

Este importante evento se celebró en Bakú, Azerbaiyán, entre el 11 y el 24 de noviembre de 2024, donde se congregaron más de 65 mil representantes del sector público y privado. Durante la cumbre, se revisaron y discutieron las emisiones globales y los mecanismos para la venta de gases de efecto invernadero, con el objetivo de mitigar el cambio climático de manera efectiva.

COP29 fue un hito como el primer “oficial de policía de afrontamiento”, donde se acordó movilizar 300 mil millones para financiamiento climático a partir de 2025 y para el año 2035. Aunque inicialmente se veía como un objetivo ambicioso, fue especialmente significativo ya que representó un incremento considerable en comparación con los 100 mil millones previamente establecidos.

Este financiamiento tiene como propósito principal eliminar obstáculos en la transición energética y cumplir con los objetivos para el uso de fuentes de energía renovables. Se prevé que esta inversión permita la reducción drástica de licencias y la preparación de infraestructuras de redes, así como el impulso de proyectos de independencia energética en países en desarrollo.

En este contexto, se han delineado tres iniciativas clave: a) el compromiso de establecer una red global y energética, con la ambición de implementar capacidades de 1500 GW para el año 2030; b) el compromiso de fomentar la energía verde, que promueve corredores dedicados a la energía limpia; y c) liderar la producción de hidrógeno limpio, que busca incrementar esta actividad de manera sostenible. Estas tres iniciativas son cruciales, ya que garantizan que la infraestructura energética global soporte un aumento significativo en la capacidad de almacenamiento, optimizando la distribución de electricidad, y promoviéndola como un recurso accesible y sostenible, al tiempo que se busca reducir la dependencia de combustibles fósiles.

Sin embargo, cualquier compromiso que se ha establecido se plantea un límite estricto hasta el 20 de enero de 2025. En este escenario, Estados Unidos, que se erige como la primera economía del mundo y también como una de las principales fuentes de contaminación, no solo ha defendido su participación en la agenda verde, sino que también ha trabajado para revertir ciertos acuerdos previos.

Desde el inicio de la administración de Trump, temas como la calidad del aire, la biodiversidad y el medio ambiente en general han sufrido consecuencias drásticas. En ese sentido, el presidente de los Estados Unidos firmó una orden ejecutiva que revirtió el compromiso de su país con el Acuerdo de París, priorizando nuevamente la energía fósil sobre las fuentes renovables.

Esta decisión no es meramente administrativa; el propósito del Acuerdo de París radica en “mantener la temperatura promedio del planeta por debajo de 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, continuando los esfuerzos para limitar este aumento a 1.5 grados centígrados”.

La mencionada orden ejecutiva, bajo el título de “América en acuerdos ambientales internacionales”, manifiesta que estos contratos financieros redirigen dinero de los contribuyentes hacia intereses que no representan necesariamente el bienestar de los ciudadanos estadounidenses. De acuerdo con esta orden, el embajador ante la ONU enviará una notificación formal para comunicar el retiro de cualquier pacto que esté alineado con el marco de trabajo de las Naciones Unidas sobre cambio climático. La carta también expresa la intención de “cesar o revocar de inmediato cualquier supuesto compromiso financiero que Estados Unidos haya acordado bajo dicha convención.”

En este nuevo orden mundial, donde prevalecen la polarización y la ley extrema, la degradación del planeta parece contar con la aprobación tácita de quienes ostentan el poder. Esperamos que la comunidad internacional asuma su responsabilidad y frene esta situación regresiva en la que todos, incluidas las naciones, las personas y todas las formas de vida, están en juego.

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