La administración Trump ha dado un mazazo al orden nacional e internacional existente. Todo el daño que ha causado puede parecer una operación cínica de saqueo por parte de Donald Trump y sus compinches capitalistas lumpen. Es eso, pero no solo eso.
El núcleo racional del proyecto de Trump lo expone la Heritage Foundation en su Mandate for Leadership and The Prioritization Imperative: A Strategy to Defend America’s Interests in a More Dangerous World (Mandato para el liderazgo y la priorización imperativa: una estrategia para defender los intereses de Estados Unidos en un mundo más peligroso). Estos documentos le han proporcionado un plan para implementar una estrategia nacionalista autoritaria con el fin de reafirmar el dominio de Estados Unidos en el capitalismo global.
Trump está abandonando el proyecto de Washington posterior a la Guerra Fría de supervisar un orden neoliberal de globalización del libre comercio. En su lugar, está tratando de lograr su repetido objetivo de hacer grande de nuevo a Estados Unidos [MAGA, por sus siglas en inglés] poniendo a Estados Unidos primero frente a amigos y enemigos. Está degradando o abandonando las instituciones multilaterales, imponiendo aranceles a decenas de países y amenazando con anexionar Groenlandia, Panamá e incluso Canadá.
Aunque mucho más coherente que Trump 1.0, Trump 2.0 es una administración aún dividida por conflictos, cuyo mejor ejemplo es la apocalíptica ruptura de la tóxica amistad del presidente con Elon Musk por el llamado Big Beautiful Bill [Gran hermosa ley presupuestaria]. Es una de las muchas divisiones, incluida la batalla de Trump con la Sociedad Federalista [derecha conservadora], que ayudó a llenar los tribunales de jueces afines, por su apoyo a la sentencia del Tribunal de Comercio Internacional contra su capacidad para imponer aranceles. Otra es la enorme división entre Trump y su base MAGA por la publicación de la lista de clientes de Jeffrey Epstein con quienes traficaba con mujeres y niñas.
A pesar de todo el caos, la confusión y las luchas entre facciones, la administración Trump está unida en torno a un proyecto: intensificar la rivalidad imperial de Washington con China.
Mandate for Leadership define a China como “un enemigo totalitario de Estados Unidos, no un socio estratégico ni un competidor leal”. La administración está tratando de liberarse de las guerras en Ucrania y Gaza, obligar a sus aliados a asumir la carga de su propia seguridad y, de ese modo, tener las manos libres para dar prioridad a su rivalidad de gran potencia con Pekín.
En respuesta, China ha dejado clara su determinación de plantar cara a la guerra comercial de Estados Unidos, así como a sus amenazas geopolíticas y su rearme militar en Asia. Ante tal oposición de Pekín, Trump ha dado marcha atrás en sus medidas más extremas, relajando, por ejemplo, las restricciones a las exportaciones de chips informáticos de Nvidia y rebajando los aranceles sin precedentes que impuso inicialmente.
Pero la creciente competencia entre las dos potencias perturbará estas medidas temporales. Con el peligro de que se recrudezca la rivalidad interimperial, la izquierda debe hacer todo lo que esté en su mano para construir la solidaridad internacional y evitar que este conflicto desencadene una guerra catastrófica entre potencias nucleares.
Las raíces capitalistas de la rivalidad imperial
Para que quede claro, esta rivalidad no es el resultado de las políticas de las administraciones de Trump o Biden, ni del régimen de Xi Jinping en China. Es el producto de las leyes del capitalismo: el desarrollo desigual y combinado, las crisis y la competencia entre Estados por la división y redivisión del mercado mundial para sus empresas.
Esta competencia económica empuja a los Estados hacia la rivalidad geopolítica y la guerra. El resultado de esos conflictos crea una jerarquía dinámica de Estados, con las potencias imperialistas en la cima, las potencias regionales en el medio y las naciones y pueblos oprimidos en la base. Todos estos Estados capitalistas están divididos por divisiones internas de clase y sociales.
Ningún orden de Estados es permanente. Los auges, las crisis, las rivalidades, las guerras y las luchas internas del sistema trastornan y reorganizan las relaciones interestatales, con el declive de los poderes establecidos y el surgimiento de otros nuevos. A lo largo del siglo pasado fuimos testigos de una sucesión de órdenes imperialistas: el período colonial multipolar del siglo XIX, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría bipolar y la hegemonía sin rival de Washington tras el colapso de la Unión Soviética.
Estados Unidos esperaba mantener ese orden unipolar integrando a todos los Estados en su llamado orden basado en normas de la globalización del libre comercio. Intentó bloquear el surgimiento de cualquier competidor potencial, demoler cualquier Estado rebelde como Irak y vigilar a los Estados desestabilizados por las políticas neoliberales y las intervenciones de Washington, como Haití.
El declive relativo del imperialismo estadounidense
Cuatro acontecimientos condujeron al declive relativo de Estados Unidos y al fin del orden unipolar. En primer lugar, el auge neoliberal desde principios de la década de 1980 hasta la Gran Recesión de 2008 provocó el surgimiento de nuevos centros de acumulación de capital, sobre todo China, pero también Rusia, Brasil, Arabia Saudí y muchos otros.
En segundo lugar, el intento de Washington de consolidar su hegemonía sobre Oriente Medio y sus reservas energéticas mediante las guerras en Afganistán e Irak terminó en una derrota desastrosa, que lo mantuvo ocupado en brutales ocupaciones y contrainsurgencias. Con Washington empantanado, China, Rusia y varias potencias regionales se volvieron cada vez más fuertes en el sistema político global.
En tercer lugar, la Gran Recesión puso fin al auge neoliberal, dando paso a una recesión mundial caracterizada por recesiones alternas y recuperaciones débiles. El crecimiento lento y la disminución de las tasas de ganancia han llevado a los Estados a proteger a sus propias empresas, lo que ha ralentizado el comercio mundial y exacerbado la rivalidad geopolítica.
Por último, la pandemia, la interrupción de las cadenas de suministro mundiales y la recesión que la acompañó pusieron de manifiesto el declive relativo de Washington, así como su dependencia de China. Todos estos acontecimientos han dado lugar al actual orden multipolar asimétrico.
Estados Unidos sigue estando en la cima del sistema, con la mayor economía y el mayor Ejército, así como con una influencia geopolítica sin parangón, pero ahora se enfrenta a rivales imperialistas, sobre todo a China, pero también a Rusia. Además, hay una serie de potencias regionales que compiten por posicionarse entre las grandes potencias sobre las naciones y los pueblos oprimidos.
Dado que ninguna de las potencias imperialistas es capaz de superar la recesión mundial, las élites gobernantes de cada una de ellas han recurrido a la austeridad y a la represión autoritaria de la resistencia en el interior y a políticas de empobrecimiento del vecino, como el dumping y el proteccionismo, en el exterior.
En este nuevo orden, la rivalidad clave es entre Estados Unidos y China. Ambos fueron socios estratégicos, con economías cada vez más integradas, durante el apogeo de la globalización neoliberal bajo la administración de Bill Clinton. Pero ya no es así.
Hoy en día, China es el mayor fabricante capitalista del mundo, ejerce una influencia geopolítica creciente y tiene la capacidad de imponer su voluntad con el segundo Ejército más grande del mundo. Washington ve ahora a China como un competidor potencial que debe contener. Como resultado, las dos potencias están enfrentadas en todos los ámbitos, desde la economía hasta la geopolítica y la expansión militar, especialmente en la región de Asia-Pacífico.
El nuevo consenso de Washington
En este orden mundial multipolar asimétrico, las sucesivas administraciones estadounidenses abandonaron la antigua estrategia de supervisar el capitalismo global para adoptar el nuevo consenso de Washington sobre el conflicto entre las grandes potencias con China. Hasta la última década, Estados Unidos había seguido una estrategia de con-gagement con Pekín, una combinación de contención y compromiso. El giro hacia Asia de la administración Obama fue su último suspiro.
La primera Administración Trump cambió de forma decisiva la gran estrategia estadounidense para rivalizar con China y Rusia. Su objetivo era rebajar las alianzas multilaterales en favor de la afirmación unilateral del poder estadounidense, prohibiendo las exportaciones de tecnología punta a China, imponiendo aranceles para reindustrializar Estados Unidos, aumentar el presupuesto militar estadounidense y reorientar las fuerzas armadas estadounidenses hacia Asia.
Pero los cambios erráticos de Trump, las profundas divisiones internas de su administración y la oposición de la burocracia estatal obstaculizaron la aplicación del nuevo enfoque. Al final, aceleró el declive relativo de Washington y, en palabras de dos funcionarios de la administración Obama, logró “envalentonar a China, angustiar a Europa y dejar a todos los aliados y enemigos de Estados Unidos preguntándose sobre la durabilidad de nuestros compromisos y la credibilidad de nuestras amenazas”.
La administración Biden mantuvo el enfoque de Trump en la rivalidad entre grandes potencias con China y Rusia, pero sustituyó el enfoque de America First de su predecesor por un multilateralismo musculoso. Su objetivo era renovar el capitalismo estadounidense mediante la aplicación de una nueva política industrial en el sector de la tecnología punta, mantener el régimen arancelario de Trump con una valla alta alrededor de un pequeño patio de tecnología estratégica para bloquear el progreso de China, especialmente en microchips avanzados, y reconstruir y ampliar las alianzas de Washington, volviéndolas contra Pekín y Moscú.
Tras la caótica retirada estadounidense de Afganistán, la administración Biden aprovechó la invasión imperialista de Rusia en Ucrania para reunir a sus aliados, no solo contra Moscú, sino también contra Pekín. Convenció a la OTAN para que declarara a China un desafío para la seguridad mundial.
Pero, sobre todo, Biden socavó sus afirmaciones moralistas de que Estados Unidos defendía un orden internacional basado en normas con su apoyo a la guerra genocida de Israel contra Gaza. Eso permitió a China y Rusia exponer la hipocresía de Washington y reunir a otros Estados a su alrededor bajo la bandera de la multipolaridad.
No obstante, nadie debe hacerse ilusiones de que Pekín o Moscú sean aliados de la liberación palestina. En el caso de China, a pesar de su retórica oposición al genocidio de Israel, es el segundo socio comercial más importante de Israel, su empresa estatal Shanghai International Port Group construyó y opera el puerto de Haifa, valorado en 1700 millones de dólares, otra de sus empresas está construyendo el sistema de metro ligero de Tel Aviv y otra, Hikvision, vende tecnología de vigilancia a Israel para controlar a la población palestina de Cisjordania.
Xi vuelve a hacer grande a China
Ante la nueva estrategia de gran potencia de Washington para contener el auge de China, Pekín no tuvo más remedio que responder con contramedidas agresivas. Xi Jinping rompió con la cautelosa política exterior de sus predecesores y prometió llevar a cabo un renacimiento nacional para cumplir el sueño chino de recuperar el estatus de gran potencia del país.
Pero Xi se enfrenta a innumerables retos internos. La economía china ha pasado de crecer alrededor del 10 % anual en la década de 2000 a alrededor del 5 % en la actualidad, y se ve afectada por el exceso de producción, el estallido de la burbuja inmobiliaria, la deuda masiva, la corrupción, el envejecimiento y la disminución de la población activa y el alto desempleo juvenil. El régimen chino también se ha enfrentado a oleadas de luchas sociales y de clase, desde las huelgas y protestas masivas de la década de 2000 hasta el levantamiento democrático de Hong Kong, la resistencia uigur al colonialismo de los colonos han en Xinjiang y las acciones insurreccionales y marchas masivas contra los brutales confinamientos por la política de Covid cero.
Para mantener su dominio frente a sus rivales burocráticos y la resistencia desde abajo, Xi ha recurrido a la represión autoritaria. Ha purgado a los burócratas disidentes y corruptos, prohibido las ONG sindicales, llevado a cabo un genocidio cultural y encarcelado masivamente a los uigures en Xinjiang, aplastado el movimiento en Hong Kong y recrudecido la opresión de las mujeres y las personas LGBTQ como parte de la campaña pronatalista del régimen para aumentar la tasa de natalidad y reponer su mano de obra.
Xi ha combinado esa represión con nuevas inversiones masivas en la economía, con dos objetivos en mente: reforzar el apoyo interno con la promesa de una vida mejor y repeler los intentos de Washington de bloquear el ascenso de China. El régimen promulgó un enorme plan de estímulo para sostener el crecimiento económico tras la Gran Recesión y en medio de la crisis mundial.
En 2015, Xi inauguró Made in China 2025, una política industrial financiada por el Estado para desarrollar las empresas de alta tecnología del país, garantizar su autosuficiencia y posicionarlas para que puedan competir con sus rivales multinacionales. Desde cualquier punto de vista, ha sido un éxito rotundo. China cuenta ahora con empresas de diseño y fabricación de chips de talla mundial como HiSilicon y SMIC, la mayor empresa de vehículos eléctricos del mundo, BYD, el principal fabricante mundial de baterías, CATL, el fabricante dominante de paneles solares, JinkoSolar, innovadores pioneros en inteligencia artificial como DeepSeek, fabricantes de robótica que han automatizado el trabajo en las fábricas a un ritmo superior al de Europa y Estados Unidos y un cuasi monopolio de las plantas de procesamiento de tierras raras, así como fabricantes de imanes que abastecen a la industria de alta tecnología mundial.
China no solo ha comenzado a ponerse al día, sino que en algunos casos ha superado a las industrias de tecnología punta estadounidenses. Como sostienen dos influyentes economistas,
“Según el Australian Strategic Policy Institute, un think tank independiente financiado por el Departamento de Defensa de Australia, entre 2003 y 2007 Estados Unidos superaba a China en 60 de las 64 tecnologías de vanguardia, como la inteligencia artificial y la criptografía, mientras que China solo le superaba en tres. En el informe más reciente, que abarca de 2019 a 2023, las posiciones se han invertido. China lideró 57 de las 64 tecnologías clave, y Estados Unidos solo lideró siete”.
En realidad, las prohibiciones de Washington a las exportaciones de tecnología a China han resultado contraproducentes, ya que han impulsado a las empresas chinas a desarrollar su propia capacidad, que ahora está desafiando, y en algunos casos superando, a la de sus rivales del mundo capitalista avanzado. Esto llevó al director ejecutivo de Nvidia, Jensen Huang, a declarar que las prohibiciones tecnológicas de Washington a China son un “fracaso” que “solo fortalece a los rivales extranjeros” y “debilita la posición de Estados Unidos”.
Competencia por los mercados
Todas estas medidas de estímulo del Gobierno no han salvado a China de la crisis mundial del capitalismo. Por el contrario, han provocado una crisis de sobreinversión, una competencia feroz entre las empresas capitalistas estatales y privadas, una disminución de la rentabilidad, deflación y exceso de capacidad.
Esto, a su vez, provocó que el capital se dirigiera hacia la inversión especulativa en vivienda, creando una gigantesca burbuja que estalló con el colapso de la mayor empresa inmobiliaria del mundo, Evergrande, lo que agravó la crisis de la deuda del país, golpeó la riqueza de los hogares de la clase media y socavó la demanda de las y los consumidores.
Incluso después de que China estabilizara parcialmente esta crisis, no ha resuelto su problema de sobreproducción. De hecho, el régimen lo agravó con un nuevo paquete de estímulos para sacar a su economía de la recesión provocada por la pandemia. Como resultado, China produce más de todo –desde hormigón hasta acero, pasando por paneles solares y vehículos eléctricos– de lo que puede vender en el mercado interno con beneficios suficientemente elevados.
La clase dirigente china esperaba que su Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (BRI), puesta en marcha en 2013, ayudara a China a exportar su exceso de capacidad industrial. La BRI se concibió como un proyecto de desarrollo de infraestructuras de un billón de dólares que construiría carreteras, redes ferroviarias y puertos, principalmente en el Sur Global.
Los Estados participantes han solicitado préstamos a bancos chinos para financiar la construcción, lo que convierte a China en el mayor cobrador de deudas del mundo. Y, siguiendo el patrón imperialista clásico, los sistemas de transporte construidos a través de la BRI suelen estar diseñados para transportar materias primas de las industrias extractivas de los países en desarrollo a China para su sistema de fabricación.
China también ha aumentado sus exportaciones, lo que ha provocado respuestas proteccionistas por parte de los Estados capitalistas, no solo de Estados Unidos, sino también de la Unión Europea y de varios Estados del Sur Global. Todos ellos han comenzado a quejarse de que China está vertiendo su excedente en sus mercados y socavando a sus empresas menos competitivas.
El derroche de exportaciones ha tenido un impacto negativo en los aliados nominales de Pekín. Por ejemplo, ha exacerbado la desindustrialización de Brasil, reduciendo cada vez más su economía a la exportación de materias primas y productos agrícolas a China, una clásica trampa de dependencia.
La diversificación de los mercados de exportación de Pekín también tiene por objeto aislar su economía de los crecientes aranceles y prohibiciones de Washington. Como parte de ese esfuerzo, ha reducido su cartera de bonos del Tesoro estadounidense y ha aumentado el comercio con otros países, como Rusia, en su propia moneda.
Pero China no tiene forma de sustituir por completo al mercado estadounidense. Por lo tanto, para eludir los aranceles estadounidenses, ha trasladado fábricas a países como Vietnam y México para utilizarlos como plataformas de procesamiento de exportaciones.
Al mismo tiempo, el régimen se dio cuenta de que tenía que desarrollar su propio mercado interno. Para lograr este objetivo, puso en marcha su estrategia de doble circulación, que consiste en invertir en empresas estatales que producen para el mercado interno, al tiempo que se mantiene una economía paralela orientada a la exportación.
Como parte de esa estrategia, Xi ha prometido en repetidas ocasiones aumentar la demanda interna mediante el incremento de los ingresos de los trabajadores y trabajadoras, el refuerzo de la mínima red de seguridad del Estado y la estabilización del mercado inmobiliario. Pero, en el pasado, esas propuestas de prosperidad común quedaron en agua de borrajas.
¿Por qué? Porque el crecimiento económico de China se basa fundamentalmente en la explotación de mano de obra barata y migrante. Por lo tanto, se abstiene de aumentar los salarios de estos trabajadores y trabajadoras y el gasto social. Por eso Xi se ha opuesto al igualitarismo y al asistencialismo que recompensan a la gente perezosa. Como resultado, China sigue dependiendo de su economía exportadora.
Forjar alianzas en un mundo multipolar
Para mantener y ampliar su acceso al mercado mundial, China ha forjado pactos políticos multilaterales y bilaterales. Ha creado la Organización de Cooperación de Shanghái, que reúne a Estados de Eurasia y Oriente Medio, entre los que destacan China y Rusia, en una alianza económica, política y de seguridad.
Aún más importante es la creación por parte de China de la alianza BRICS, formada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a la que se suman cada vez más países, pero en la que Pekín es, con diferencia, el actor dominante. China ha utilizado esta alianza para impulsar iniciativas políticas y económicas, como el Nuevo Banco de Desarrollo y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, establecer relaciones económicas con países del Sur Global e intentar liderarlos en un desafío al orden unipolar de Washington con el fin de establecer uno multipolar.
China redobló su apuesta por su alianza geopolítica más importante con Rusia cuando Xi y Vladimir Putin firmaron su amistad sin límites en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2022, justo en vísperas de la invasión imperialista de Rusia a Ucrania. Como actor dominante, China ha aumentado sus exportaciones a Moscú –incluida la denominada tecnología de doble uso para su industria militar, con el fin de evitar que Rusia se derrumbe bajo las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea– y ha firmado acuerdos con Rusia para importar petróleo, gas natural y carbón.
Pero estas potencias no forman un bloque coherente de Estados, ni están forjando un «Eje de la Agitación» contra Estados Unidos. Están divididos internamente por sus intereses distintos y, en ocasiones, contrapuestos.
Hay innumerables ejemplos de sus divisiones. La India, por ejemplo, forma parte de la alianza BRICS con China, pero también del QUAD junto con Estados Unidos, Australia y Japón contra China. La India y China se han enfrentado recientemente por disputas fronterizas. Y Rusia y China abandonaron a Irán, otro miembro del BRICS, cuando fue atacado por Estados Unidos e Israel.
Los pactos de Pekín tampoco rompen con el orden neoliberal establecido por Estados Unidos. Por ejemplo, el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS declaró su apoyo al “sistema multilateral de comercio con la Organización Mundial del Comercio (OMC) como núcleo”. De hecho, China ha utilizado sus alianzas para promover sus intereses dentro del orden neoliberal de globalización del libre comercio construido por Estados Unidos.
Demostrando su poderío militar
Para respaldar su afirmación económica y geopolítica, China ha modernizado su Ejército. Ha aumentado el gasto militar anual durante treinta años consecutivos hasta alcanzar la impresionante cifra de 296 000 millones de dólares en 2023, el segundo mayor del mundo, pero solo un tercio de lo que gastó Estados Unidos, con más de 916 000 millones de dólares en 2023.
Ha desarrollado una armada en alta mar que cuenta con más barcos que cualquier otra potencia, incluidos tres portaaviones y un cuarto en construcción. Además, está ampliando rápidamente su fuerza aérea, su arsenal nuclear y su batería de misiles balísticos intercontinentales e hipersónicos.
China ha hecho alarde de su poderío militar en el mar de la China Meridional. Ha desplegado su armada para proteger las rutas marítimas, ha afirmado su control sobre las zonas pesqueras y ha reclamado las reservas submarinas de petróleo y gas natural. Esto la ha llevado a entrar en conflicto con varios países de la región por disputas territoriales, entre ellos Filipinas y Japón, y, trás ellos, Estados Unidos, el hegemón de Asia.
Lo más importante es que China ha desplegado su Ejército en maniobras cada vez más agresivas alrededor de Taiwán, que considera una provincia renegada que pretende asimilar por la fuerza si es necesario. Estados Unidos ha armado a la nación insular y ha mantenido una ambigüedad estratégica sobre si la defendería en caso de una invasión china.
Lo que está en juego en este enfrentamiento no es solo geopolítico, sino también económico. Taiwán produce el 90 % de los microchips más avanzados del mundo, esenciales para todo, desde ordenadores hasta cazabombarderos de alta tecnología como el F-35 de Lockheed Martin. Estados Unidos y China están enfrentados por Taiwán, y cada uno lo utiliza como peón en su rivalidad, pasando por alto el derecho de la nación a la autodeterminación.
“Hacer grande de nuevo a Estados Unidos”
Para defenderse del desafío de China a la hegemonía estadounidense, Trump está llevando a cabo una ruptura radical con la gran estrategia de Washington tras la Guerra Fría, consistente en supervisar el capitalismo global a través de alianzas económicas, políticas y militares multilaterales. En su lugar, está aplicando la estrategia nacionalista autoritaria de la Heritage Foundation.
En el ámbito interno, Trump ha lanzado una guerra de clases neoliberal. Espera que la austeridad, los recortes fiscales y la desregulación estimulen la inversión capitalista en la industria manufacturera, restauren la independencia económica de Estados Unidos y refuercen la competitividad en general y, en particular, frente a China.
Está llevando a cabo este asalto de forma autoritaria, utilizando órdenes ejecutivas, pasando por alto y, en algunos casos, destrozando la burocracia federal, y poniendo a prueba los límites de la Constitución estadounidense. Ha desmantelado secciones enteras del llamado Estado profundo que le obstaculizaron en su primer mandato, ha destrozado el Estado del bienestar y ha despedido a trabajadores y trabajadoras federales. Para dividir y conquistar la resistencia de la clase trabajadora, ha convertido en chivos expiatorios a las personas migrantes, las personas trans, las personas de color y las y los activistas solidarios con Palestina.
En el extranjero, Trump está aplicando el unilateralismo de América primero. Pero no se trata de aislacionismo, a pesar de las repetidas y erróneas afirmaciones de los comentaristas mainstream. Está decidido a intervenir económica, política y militarmente en todo el mundo para promover los intereses de Estados Unidos a costa tanto de sus aliados como de sus adversarios, especialmente China.
El bombardeo de las instalaciones nucleares de Irán lo demuestra. El ataque tenía por objeto enviar un mensaje a las potencias de todo el mundo, especialmente a China, de que la Administración está más que dispuesta a utilizar su poderoso arsenal de destrucción para alcanzar sus objetivos.
Tampoco es su estrategia forjar un nuevo Concierto de Grandes Potencias, dividiendo el capitalismo global en esferas de influencia supervisadas por Estados Unidos, China, Rusia y otras grandes potencias. Sean cuales sean los acuerdos que haya ofrecido a Putin y Xi, sus esferas de influencia potenciales se superponen y se contradicen entre sí.
Estados Unidos, por ejemplo, no cederá Asia a China, ni abandonará Europa a Rusia. No se avecina un Yalta 2.0. Trump está afirmando el dominio estadounidense en todo el mundo, tanto frente a sus aliados como a sus adversarios.
24/07/2025
Ashley Smith